miércoles, 8 de octubre de 2008

Como un ave, había migrado hacia el sur.
Sendero de asfalto en vez de céfiro sustento.

Carente de nuevas energías, buscó remanso en el remanente general.
Barca o buque era hogar, en zona portuaria.
Casa o cama asilaban entre cobijas de plan social.

Marca los billetes de 2 pesos.
Camina entre perdices.
Piensa en la idea del periplo.
Revolotea en bolsas plásticas.
Frágil sustento el alimento ajeno del siglo XXIII.
Corre año bisiesto, y en un intento de aumento aconseja al muerto…
“quédate ahí”.

A la aurora la ve entre mantas no biodegradables.
Desde ubicación preferencial. Azotea invisible.
Debajo de el un escrito. Vainillas Pozzo.
Y ya con las últimas neuronas plantea la última hipótesis de su vida.

Empieza a sentir un frió extraordinario.
Revoca todo el imaginario remanente.

“Ya no siento las manos”!

El cartel amarillo de Mc Donals que hace un rato parecía estar más cerca de lo que estaba, ahora tomo un esfumado mágico, digno de un cuado de Van Gogh.
Como con una reverberación. Todo pasó a un plano más lejano.

Extraño momento.
Se agudizaron todos los sentimientos.
Una filtración ocular lo puso en conciencia.

Lloro… Pero no por el.

Por el mundo.
Por el cobijo entre las guerras.
Por el pan que come el hombre sin nombre.

Por la inminente desconexión sideral.
Por la mancha que había en el legajo de la humanidad. Negra. Como si un día dios tomando café, lo hubiese volcado en el envoltorio de “planeta tierra”
Por las mujeres que nunca conoció,
Por el registro de propiedad intelectual.
Por la industria cultural.
Por todo lo que no va a ser.

Miro a su alrededor.
Vio que en la playa de estacionamiento donde se hospedaba no había nadie más. Como si esas olas de concreto habían creado un tsunami capaz de matar a la humanidad.
Si hasta el sereno que rondaba… había ido a sacar su carné de caminar.

Juan cerró los ojos y perdió la relación espacio-temporal.

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